domingo, febrero 12, 2006

LLUVIAS ÁCIDAS POR FANNY JEM WONG



LLUVIAS ÁCIDAS

I
EUTANASIA

Fría mañana de lluvias ácidas,
en la que se desprenden del cielo dagas.
Masacre sangrienta de terroríficos cantos,
anuncian la agonía de unas manos .
Los ojos perdidos, extraviados
divisan círculos,
enormes curvas distorsionadas.
El cráneo alucinado es sacudido,
inflamado por mil pensamientos de muerte.

Nutren la linfa, desasosiego y angustia ,
envenenando las heridas que gimen.
¡Cállate! ¡Cállate por Dios!
Precioso mal que fuiste cura y muerte.
Todo gesto, es un latigazo que destroza,
él que fue, de los amores el más puro.

De las manos del poeta dolor,
ninguna ofensa para quien fuese el sol .
Infectada esta su alma, cae a pedazos,
desprovista de armaduras, se disgrega.
Páramo de muerte, viña dolorosa,
eutanasia de soledades,
trinan lamentos.

II
AGONÍA

Fría mañana de lluvias ácidas,
será acusado, juez, fiscal
y verdugo de su inconsciencia.
Arrasados serán sus versos
hacia un universo de vacíos
y oscuros silencios.
Recogerá sus pesados pasos,
y de cada rosa seca,
hasta el último pétalo negro.
Sin arrepentirse de nada de lo escrito
sobre cada piedra de sus laberintos.

Sin arrepentirse de las imágenes pintadas
en cada espejo, en cada mente.
¡Silencio! ¡Silencio por Dios!
Que el poeta y su creación
están muriendo.
¡No respiren! ¡No murmuren!
Ni siquiera lloren,
es solo una bestia que agoniza.

Un espectro, una sombra cabizbaja,
un despojo, un cadáver en agonía.
Con saña y precisión
se inyectó el corazón de sales,
dolor y desventuras.
Suenan los cuernos,
anuncian su muerte,
quién fuera canto ya es silencio.

III
EL RICTUS

Fría mañana de lluvias ácidas,
turbulencia en los cielos.
¡El poeta ha muerto!
Limpian el cadáver
pequeños hombrecillos,
que bajan del triste limonero.
Restriegan compuestos mágicos ,
sobre la pálida y fría piel del difunto .
¡Silencio!
Se inicia entre cantos,
un proceso extremadamente
abominable.

Su cuerpo antes danza de estrellas
se tornará rígido y sólido,
fuerte roca .
Brochas de cera y concreto
recorrerán su rostro,
eternizando una sonrisa .
Colorantes de rojas rosas,
le pintaran las mejillas
y los carnosos labios .

Manos diminutas de artistas,
darán vida por siempre
a sus carnes muertas.
Fluidos y materia sólida
extraída del cadáver
fertilizaran las tierras.
Para dar vida a futuros bosques
que cantaran eternamente su poesía

JEM WONG
12.02.06


No quiero que me entierren, tan solo adornen mis cabellos con rosas amarillas .
MI POESÍA SOY YO
FANNY JEM WONG

sábado, febrero 11, 2006

“Cartas al Castor”, de Jean-Paul Sartre




“Cartas al Castor”, de Jean-Paul Sartre
A Simone de Beauvoir

Mi querido Castor 
 
Le escribo al calor de la lumbre, bien arrimado a la estufa, aunque el tiempo sea ahora mucho más clemente. Esta noche, incluso, hubo deshielo, y como la antevíspera las tuberías habían reventado, a eso de las dos un rugido despertó a Paul -yo dormía como un bendito-. Creyó que era el fuego, pero era el agua. Se vistió a toda prisa y se lanzó al pasillo, ya inundado. Hubo un tremendo ajetreo y finalmente cortaron el agua. No tenemos ni una gota para lavarnos -sabe usted que esto no me preocupa mucho-. Sólo es un fastidio por los retretes, que ahora no podemos limpiar, y en los que excrementos de diversas procedencias se interpenetran íntimamente al capricho de las heladas y deshielos hasta constituir un budín inmundo y voluminoso. “Hacemos” en el campo. Creo que Paul sufre las consecuencias y está estreñido por vergüenza de mostrar el culo. 
 
Hoy, pues, era Año Nuevo. No se tradujo en nada fuera de lo común, salvo que hubo un excelente choucroute y mucha gente en el restaurante de la estación. Y ayer, Nochevieja, tampoco sucedió gran cosa, excepto que una ignota bestia puso a todo volumen la radio de los oficiales, tras marcharse éstos, y acompañó la música aporreando al azar el teclado del piano, hasta medianoche. Yo, por mi parte, escribía tranquilamente en nuestro pequeño local.

El paisaje es siempre el mismo, un tenue polvillo de nieve, un poquito de blanco por todas partes, bastaría rascar apenas con la uña y aparecería el negro de la tierra helada y de los árboles. Estuve todo el día retocando pasajes de mi novela, en cuanto acabe me pondré a trabajar en Septembre; estoy contentísimo. Espero poder publicar los dos volúmenes a la vez, sería mejor, se vería mejor a dónde apunto. Aquí el mundo es idéntico a sí mismo: Paul siempre alarmado; Mistler me presta mil pequeños servicios a cambio de mis enseñanzas. Fue él quien hizo los paquetes de libros que les enviaré a Bost y a usted en cuanto me haya mandado algún dinero y, como un soldado me había pedido El muelle de las brumas, de Marc Orlan (por error, creyendo que iba a encontrar entera la historia de la película) y yo le había pedido a Mistler que me lo recordara, esta mañana vino a hacerme acordar pero el libro estaba en uno de los paquetes de Bost y entonces deshizo el paquete y después lo ató de nuevo. Además hará que me envíen los Nocturnos y Preludios de Chopin para que los estudie al piano. Entre los secretarios y nosotros hay envidias de familia. Por supuesto, los envidiados somos nosotros. Parece que es mi suerte despertar envidia por todas partes, desde la Ciudad Universitaria hasta aquí. Pero, sobre todo, hablan. Es una clase de envidia débil e impotente que sólo conocía de oídas y que ni siquiera llega a la maledicencia. Por ejemplo, todas las mañanas, cuando vuelvo de desayunar, paso delante de sus ventanas y ellos comentan: “Vaya, es Sartre volviendo del café. Sí. Ha estado con la linda Charlotte. Los otros habrán hecho el sondeo sin él”, etc. No difiere de la constatación de hecho más que en la intención de censura amistosa que le ponen, pero en el fondo es una simple constatación de hecho, porque no consiguen determinar exactamente lo que hay que censurar: ¿que yo disponga de bastante dinero, tiempo, puerilidad para permitirme un desayuno en el café? Todas las mañanas el objeto les parece vagamente escandaloso, y todas las mañanas lo señalan al pasar, sin más, se ha vuelto un menudo escándalo habitual del que no podrían prescindir. Están en el grado inferior de la escala. Naturalmente, todo esto me lo comunica el bueno de Mistler, quien hasta querría que dé un rodeo para evitar sus miradas, pero como ya se puede usted figurar, sería demasiado cansador. Y eso es todo. El Diario de Stendhal me encanta, estoy leyendo el tercer tomo, su historia con la señora Daru, es muy divertido. También leo el libro de Rauschning, realmente instructivo, incluso haré un resumen en el cuaderno; y además un poco las Provinciales y también un poco Jacques le Fataliste. Tania me escribe: “Estoy leyendo un libro estupendo que debo enviarte”. Me pierdo en conjeturas. ¿Será El diablo enamorado? 

Hoy no ha habido carta suya. Pero como ayer tuve tres, no me quejo demasiado. Tengo muchísimas ganas de verla, querido amor mío. Éste es el período un tanto crispante en que el permiso se aleja o se aproxima de día en día, según las diferentes informaciones y el humor del cabo que hace las listas en el C.G. Pero voy a defenderme. Quisiera partir en quince días, si fuera posible. Hasta pronto, dulce Castor, que duerme ya tras haber esquiado tanto. Ya sabe que me levanto tempranísimo, como usted. Cuando usted se está calzando sus pequeños esquís, yo hace tiempo me he puesto mis polainas y he bajado a medir el viento para telefonear un panorama general al puesto meteorológico del cuerpo de ejército. Duermo poco pero estoy animoso. Hasta mañana, mi pequeña flor, la quiero con todas mis fuerzas.
Primero de enero, 1940

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