lunes, octubre 19, 2015

Mario Benedetti




Mario  Benedetti

Fuere quien fuere lo cierto es
Que nos estira en un solo ademán purismo
Y luego nos reduce de a poco a casi nada
Y claro nos arranca confesiones
Quejas Qué son clamores
Vértebras de alegría
Esperanzas que vuelven...


Diario, carta y relato “EL REINO DE HIRAM”

 
FANNY JEM WONG

Diario, carta y relato “EL REINO DE HIRAM”

EL DIARIO ÍNTIMO
Viernes 17.03.06
08.00. AM.

Que flojera, se hizo tarde. Tengo tanto que hacer. El día parece que será bello .Mi pequeño y gris amigo vino como siempre a cantarme.
-¿Hasta cuando lo hará?
-No lo sé.
Es lindo verlo sobre el umbral de la ventana, dichoso él que puede volar y ser totalmente libre. Escribiré más tarde debo correr al gimnasio y pasar por la galería de arte.

5.00. PM.

Un fuerte olor a charol y a pinturas invade la habitación.

-¡Por fin terminaron!
-¡Estoy muerta!
-.Debo enmarcar mis últimas pinturas, pienso que quedarán bien en ese lado del cuarto que parece ahora tan vació. Jaaaaaaaa
-¿Vacío?
Mi marido diría:
-¿Qué dices mujer?
-¿Vacío?
-Eres increíble, si aquí no hay espacio ni para un alfiler

Aunque ya es tiempo creo de volver a pintar y organizar una exposición, hace tanto que no lo hago. No me vendría la idea mal no solo me gusta, también me entusiasma .Además resultaría divertido y necesito nuevos aires, algo que motive y revitalice.

-¡Vaya! Que lindo se ve todo.

Extrañe tanto a mis amiguitos por fin están en su lugar y sobre repisas recién barnizadas. Aunque esto parece más una juguetería que un dormitorio pero, no me importa. Siempre he dicho que este es mi mundo de muñecas.

Se me ocurre que ellas deberían ser el tema para mis próximas pinturas. Bueno, lo pensaré. Además será bello ver la galería de arte repleta de parejas con sus pequeños hijos, correteando de lado a lado, es algo poco frecuente. Me imagino la cara del Director se pondrá colorado como tomate por el enojo. Será divertido.

Ahora te dejo por un rato diario mío deseo solo leer mucho y escribir por toneladas

10. 00. PM

Me pregunto:

-¿Por qué las horas parecen hoy tan largas?
Mi noción del tiempo es tan distinta .Necesito escapar de esas miradas y ser simplemente yo, solo yo.

El misterio de la bestia que habita en mí se apodera de mi corazón. Mis pensamientos navegan por aguas extrañamente encrespadas. Me siento tan cansada de todo. De convencionalismos sociales estúpidos e hipócritas. Este mundo a veces es tan intolerable. Pareciera que cada vez hay menos gente buena. Impera la mentira, el qué dirán, las conveniencias y la falsa moralidad

-¿Cómo lucho contra la corriente y me mantengo sin zozobrar?

Me lo he preguntado tantas veces pero, siempre he tenido algo muy claro y es que siempre seré como soy y no me arrepiento de ello.

A veces también me pregunto:
-¿Si mi forma de pensar, de sentir y de ser es una maldición?
Me conmueve tanto el esplendor de la primavera, el canto de las aves, el botón que retoña y sin embargo en otras ocasiones puedo ser tan extremadamente dura.

Me gustaría poder tirarme desnuda sobre la verde hierba y contemplar el cielo. Observar como una niña las nubes navegantes y dibujar sobre ellas los más fabulosos sueños. Pero solo la una sensación de extraña quietud que no me agrada se instala en la habitación

-¡Debo romperla!
-¡No soporto el silencio!

En mí, se oculta un misterio extraño que a veces ni yo misma logro comprender a plenitud.

-Te extraño Arturo, te extraño mucho hoy siento tu ausencia. Falta tan poco para que regreses y quisiera que fuese ya.

También extraño a Mamasan, pensé que hoy la vería y tampoco esta.

-¿Sabes? Amigo de papel, vi por un instante a mi pequeño ratón. Mi pecho no reaccionó como antes. Le mire, no sentí alegría, solo un hilo delgado de nostalgia y muchísima tristeza. No por mí, fue por él.
Me tragué como tantas otras veces los humos que lentos se desvanecían en la habitación.

-¡Sentí dolor! ¡Tanto dolor!
A pesar de que quisiera exterminar todas mis emociones, no puedo. Este mundo de oscilaciones constantes resulta a veces tan agotador pero, en fin no es posible para mí cambiarlo.

La ruptura de nuestra relación parece inevitable .Ahora comprendo que tendré que organizar su ausencia. Es evidente que no debo recrearle más en mi mente pero, a pesar de todo, tiene un trozo de mi corazón. Siempre tuve la convicción de que existía pero, nunca entendí qué falto para que comprendiera mi esencia. Constate muchísimas veces que me hacia falta y siempre lo exprese, ahora creo que nunca pudo entenderlo.

-No le culpo, ni dejo de quererle, solo sé que por muchas razones logre inmunizarme a su extraña forma de ser. La mente es tan compleja y algunas almas viven tan confundidas que volverían loco al más cuerdo.

Estar lejos de él era antes algo tan difícil de aceptar pero, no debo de ser necia cada quién elige lo que cree que es mejor para sí mismo.

Cocheros, predicadores, ratones, reyes, torres, duendes, muñecas, payasos, hasta el Rey Salomón y no sé cuantos personajes más invente y recree en mis poemas. Solo deseaba que el mundo entero los recordara, ahora creo que ya no podré sorprender a nadie con ellos.

Me canse de escribir tantas veces “Mi poesía soy yo” que pienso en nadie logro comprenderlo en la magnitud real de esa frase.

Total bien dice el refrán “El papel aguanta todo”. Pero como nada es definitivo, la rueda de la vida seguirá corriendo y solo lo que fue transparente y verdadero transcenderá.

Ojala mi confundido amigo lo comprenda algún día, creo que si lo logra dejará de sufrir tanto. Porque su sufrimiento es tan solo un estado de su conciencia al cual él y solo él se condena porque en verdad no se conoce como él cree.

Lo único que tengo bien en claro, es que mis sentimientos hacia mi amigo serán eternos, como los granados de la poesía que escribí para otra amiga. Quizás, algún día a ese amigo que tanto amo le invente un rostro y lo pinte, nunca antes lo pensé. No necesite hacerlo pues, él solo tuvo el rostro de la muñeca que me mira cada noche desde un rincón. Total mis manos siempre se desesperan por escribir y crear
-¡Lo pintaré!

Espero poder escribir un hermoso poema pero, la verdad querido diario ya no sé si ellos sirven para algo. Si este don es un designio divino o un regalo de algún demonio travieso que se divierte a costa de mis costillas.

Tengo tantos temas en la mente, quizás escriba sobre la belleza o sobre el valor del respeto. Quizás me convierta en arpa, en piano, en diosa, hada, princesa o en cualquier otra cosa. O quizás solo escriba Fanny y no Jem.

-Todavía no me decido. Lo único que tengo en claro es que debo escribir porque es la única forma que poseo para escapar de la monotonía y de mí misma. De acelerar la vida y exprimirla para canalizar el estar marcada por el fuego.

En fin trabajar, trabajar y trabajar para no pensar en otras cosas.

Creo que definitivamente escribiré una carta especial para mi amiga Mamasan no la veo hace días y no sé si estará triste o bien.

Te dejo amigo de papel, tú por lo menos no te iras nunca… por fin llegó Arturo.

Sábado 17.03.06
03.00. AM.

No puedo dormir, mi buen amigo sigo y seguiré llenando el universo de palabras así como tus páginas, a pesar de que muy pocos comprendan lo que significan mis letras y solo tú las conserves con dedicación por no poseer otra voluntad que no sea la mía. La distancia y la ausencia hoy me pesan más que nunca.

Pero sé de alguien que al leerme se preguntará:
-¿Qué se tomo Jem?
-Nada amigo mío, solo Coca Cola jaaaaaaaaaaaaaaa. Aunque difícilmente me creerían ya que no encontré mejor forma de evadirme que escribirle a Mamasan una carta tan insólita como su autora “Yo”.JAAAAAAAAAAAAAAAAAAA

Pienso que ella puede estar sintiéndose triste hace días que no nos vemos. Se habrá sentido tan intrigada con mis ocurrencias respecto Simone de Beauvoir y Fanny Jem Wong. De imaginarme la cara que debe de haber puesto me río sola .Pero la expresión de su rostro cuando menciono a Paúl Sartre comparándolo con mi marido, esa me hubiese gustado fotografiarla.

FANNY JEM WONG


LA CARTA:


Callao, 19 de Marzo del 2006

Mí querida amiga:

Te extraño tanto, hoy no hice locuras para variar. ¡No te rías! .Me levante algo tarde y como siempre llego mi pequeño amigo alado a cantarme sobre el umbral de mi ventana. Salí corriendo al gimnasio, también pase unos instantes por la galería. Al regresar me dedique a arreglar la habitación.

-Es en serio, solo leí muchísimo durante toda la tarde, a pesar de que me sentía cansada y escribí toneladas de letras para el taller de Leochami. Y te cuento un secreto:

-Espero no traumatizarlo.
Te cuento que por fin terminé de acomodar todo en mi habitación, quedo linda.

-Ya lo veraz. Pasé tres días de locura con tanto sube y baja cosas pero, finalmente es un ensueño, lleno de criaturas de toda especie que crean y desbordan en imágenes de dulzura por donde la vista se pasee.

En el pasado quedo la mañana en que el cielo raso se desplomo, cuando todo fue caos y desorden.

-¿Sabes? .Estoy pensando que ya es tiempo de volver a pintar .Hace mucho que no lo hago .Se me ocurre amiga mía que mis muñecas sean el tema para una futura exposición, sobre todo por el público que se captará en la galería. Aunque al director de la misma no creo que le guste mucho ver niños correteando de un lado a otro, con lo renegón que él es.

En fin es cosa de madurar la idea para que resulte algo lindo.
-¿No lo crees?

Hoy me siento triste Mamasan, alguien a quien quiero muchísimo se aleja y no puedo hacer nada .Bajo la luz de sus estrellas bien sabes que escribí tantos versos y ahora parece que todas partieron con él. Lo vi esta tarde por unos minutos y solo sentí mucha tristeza y dolor.

Me queda tan lejos el refugio de su compañía cuando mis arrebatos e impulsos febriles dibujaban infinidad de cantos de amor bueno. También hubo veces y no lo niego de intenso dolor porque no llegaron a buen recaudo mis emociones. Él simplemente creo que las olvido.

La amistad y el afecto sincero no tuvieron otro objeto que la manifestación de mi espíritu pero, creo en verdad que no lo entendió como debería.

Te aseguro que no lo culpo, no tendría sentido, creo que ambos perdimos la brújula. Y por otro lado él no reconoció la magia de los matices de mis plumas en los poemas que escribí.

Bueno contarte todo esto amiga mía me cuesta mejor te escribiré de otras cosas porque todo esto duele y mucho.

-¿Sabes? Pasando a otro tema, descubrí algo interesante entre la cantidad de cosas que leí.
Quizás tú pienses:
-¡Jem, se volvió loca!
Pero no es así. Solo deseo divertirte un poco haciendo uso de mi capacidad imaginativa de la cual no tienes dudas. Supongo. ¿O sí? Jaaaaaaaaaaaa.

Solo trataré de enredarte como siempre para variar jaaaaaaaaaaaa.

Te cuento que Simone de Beauvoir y Fanny Jem Wong tenían varios problemas y coincidencias en sus esquemas mentales jaaaaaaaaaaaaaaa.

Te preguntarás:
-¿Por qué afirmo semejante locura?
-Y cómo puedo cometer la osadía de escribirlo, en fin tú sabes que soy “chapita”.

Bueno te contaré que para Simone, lo esencial en su concepción del amor entre un hombre y una mujer era alcanzar una unión radical y extrema, en donde la comunicación fuese casi absoluta. Primer punto en común, pero la verdad es que eso, a muy pocos varones les gusta. Prefieren la mentira y las poses. A veces pienso que son llevados por el mal.

-¿Tú qué opinas?
Creo que cuando más les mienten, los maltratan o los usan están más felices.
-¿Lo puedes creer?

Bueno, escríbelo para que nunca lo olvides.
Quizás si yo fuese así no habría perdido a las personas que he querido. Por suerte mi esposo no es así sino seguiría soltera, te lo aseguro.

Él vendría a ser como Paúl Sartre pero, ¡Ojoooooooo! Solo en algunas cosas. No en todo, jaaaaaaaaaaa porque Sartre fue terrible y mujeriego como ninguno jaaaaaaaaaaaaaa

Arturo es especial, alimenta y apoya siempre mi capacidad creatividad .Intenta hacer lo mismo con mi espíritu aunque la verdad, este a veces le da dolores de cabeza por ser cuestionador, extremadamente travieso y rebelde.

A veces bromeando me dice:
-“En la próxima vida serás más espiritual, porque en esta predomina tu parte animal”.

-Yo solo me rió porque, sé bien que eso es verdad.
Además tú sabes bien como detesto los convencionalismos sociales estúpidos, la falsa moralidad y disciplina tras la que tanta hipocresía se oculta. Porque la verdad es que cada vez hay menos gente en verdad buena y auténtica

Bueno te sigo contando lo que leí, Simone alguna vez leí escribió:
-“Quería que me consideraran, pero tenía esencialmente necesidad de que me aceptaran en mi verdad”.
-¿Sabes?
Amiga mía, mi lucha es esa precisamente “Ser y trascender”.

No quiero ajustarme a las cosas en las no creo o que me imponen. Así se cayese el mundo entero sobre mi cabeza .La verdad es que lo quiero a mis pies, respetando mi derecho de ser individual y diferente, respetando mi forma de pensar, mi sentir y mis convicciones. Sino fuese así la vida no tendría mucho sentido para mí, total si mi libertad no daña a otros creo que estoy en todo mi derecho de ser como quiero.

Siempre he pensado que lo más fácil y cómodo para el común de las gentes es nadar hacia dónde la corriente les lleve, trepar al carro del mejor postor y tan solo llegar de cualquier manera. Seguir órdenes, cumplir reglas así no estén de acuerdo. Yo ni puedo, ni quiero, nunca seré así .No creas mi querida amiga que es tarea fácil, pero por lo menos puedo mirar a quién sea a los ojos sin bajar la cabeza. Pero si hablamos de hombres la cosa se complicaría mucho más

-¿No lo crees?

Son a veces tan extraños en sus comportamientos, creo que son movidos por el mal porque algunos cuando peor los tratan más quieren. Con razón dice bien una obra que leí que las mujeres son de Venus y los hombres de Marte.

Alguna vez hace ya bastante tiempo alguien a quien quiero mucho me dijo que me arriesgara a surfear en otras aguas, que abandonara mi zona de comodidad y luchara siempre por ser y por las cosas en las que yo creía.

Decía:
-Es tan bello ver que en un mundo caótico y tan cambiante en dónde todos luchan por tener, tú luchas por ser.
-¡Nunca cambies!

Grabé su discurso en mi mente y en mi corazón pero, él creo que lo olvido, para después solo hablarme de respetar espacios convenientes. La ruptura fue inevitable, la boca y la palabra escrita decía una cosa y las actitudes decían otras.

Bueno, no quiero entristecerte te seguiré contando .Simone y Sartre. Compartieron tantas cosas sobre todo su pasión por las letras pero, lo que más me entusiasmo es cómo esta pareja siempre logro respetar su derecho a ser en libertad total.

Fue así que su amor pudo superar los umbrales de la misma muerte. Bueno amiga si quiere saber la historia completa de estos personajes buscala y léela jaaaaaaaaaaaaaaaa.
-¡No seas perezosa!

Ahora bien, esta carta puede ser de todas las que te hayan recibido antes la más extraña pero, no me negaras que resultó entretenida por absurda y rara como su autora Jaaaaaaaaa.

Total, te digo:
- “Genio y figura hasta la sepultura”
Solo quería divertirte a mi manera por esa razón te escribí así, no me hagas mucho caso.
-Típica conducta evasiva en mí, el escribir para no pensar, para sentir y no sentir.
-¿Paradójico?
-¿Extraño, quizás?
-¿Quién sabe?

Sé que me entiendes, nos parecemos mucho. Mi desventaja es que soy demasiado conciente de todo lo que pasa dentro de mí.
-Hoy estoy maniaca jaaaaaaaaaaaa.
-Y no sé si tú de repente algo triste, espero de corazón que no sea así. Y si lo estabas estoy segura que ya se te paso un poco porque, a nadie se le ocurriría escribirte así, solo a mí.

Me imagino tu cara a estas alturas de mi pequeña carta jaaaaaaaaaaaa .Me hubiese deleitado fotografiándola para nunca olvidarla.

Además me sentía terrible porque en pequeño unicornio que habita en mi corazón se sintió abandonado, en fin era algo que ya presentía desde hace mucho, la rupturas a veces son inevitables. Solo te confieso que estoy pensando inventarle un rostro .Creo que lo pintare…

Bueno, hora de despedirme .Te extraño
Muchos besitos
FANNY JEM WONG

FANNY JEM WONG


EL RELATO

EL REINO DE HIRAM


En un antiguo castillo del poderoso reino de Hiram, vivía una Princesa llamada Jem. Cuentan que siempre estuvo rodeada de amor y que nada parecía faltarle. Su hogar era cálido y el fuego siempre permanecía encendido. Su habitación estaba repleta de tesoros arcaicos, de muchos retratos y autorretratos de sus antepasados pintados por ella los que formaban una estupenda galería.

Dormía rodeada de muñecas muy valiosas para su corazón y de muchísimas estatuillas las cuales cuidaba con esmero. Casi todo lo que la rodeaba había sido adquirido por su leal príncipe Arturo y los que no eran obsequios de la gente que ella amaba, por esa razón poseían tanto valor y significado.

Sobre una mesa confeccionada en roble rojo, se encontraba un frasco de cristal de de bohemia en él espesa tinta. Al lado una caja de placas doradas contenía siete plumas. Una era de un color azul, intenso con la que escribía sus penas. Otra tan negra como el ébano, con ella escribía sobre la muerte. Otra rojo escarlata como la sangre, con ella escribía sobre el dolor. La pluma dorada y la de escarcha plateada le servían para escribir sobre sus alegrías y éxitos. Otra pluma de un oscuro color heliotropo, le servía para escribir sobre sus enojos. Finalmente una pluma verde como el jade y las esmeraldas eran utilizada para escribir sobre sus sueños, anhelos, amores, esperanzas y deseos.

Cuentan los personajes más viejos de la real corte que estas le fueron obsequiadas por el poderoso Mago cuando nació y reconoció sobre la frente de la princesa que Jem venía marcada por el fuego y que por esa razón necesitaría poseer esa magia para enfrentar su destino.

Al lado del tintero y las plumas había un enorme libro empastado con la hermosa piel de un fiero oso gris. Esta fue obsequiada a la niña también el día de su nacimiento por una vieja y sabia hada. Era un libro mágico, en él se escribiría el diario de la princesa pero, no por propia mano sino que el destino se pintaría dentro de sus páginas por sí solo.

Los armarios de sus aposentos eran enormes, los vestuarios fastuosos. Cada mañana un pequeño jilguero llegaba a su ventana a dar el mejor de los conciertos, siempre sus melodiosos trinos acompañaban los despertares de la hija del fuego. Ella, permanecía muy quieta entre las sábanas de azules sedas y blancos encajes para no asustarlo, hasta que este se marchara.

Mientras se preguntaba:
-¿Hasta cuando llegara mi pequeño amigo a la ventana?
-Dichoso él que es libre y puede volar.
Una de esas tantas mañanas despertó algo más tarde que de costumbre, escucho el canto de la pequeña ave y salio corriendo, debía hacer muchas cosas. Entre ellas visitar la galería del palacio en donde colocarían un viejo retrato de uno de sus antepasados, en una ceremonia especial. Esas eran las situaciones en que la ruidosa y traviesa princesa aprovechaba para romper los protocolos y escandalizar al la corte. Esa era una de sus formas de romper la monotonía que a veces le resultaba tan asfixiante.

Cuentan que adoraba pasear bajo la luz de la blanca luna y disfrutaba las auroras como nadie en el reino, la sensación fantástica de estos fenómenos celestes desataban su prolifera imaginación, eran épocas en que la damita pintaba con entusiasmo y escribía versos, cuentos y canciones durante días enteros casi sin dormir.

Por alguna extraña razón la princesa siempre de forma súbita se ponía triste y no quería comprender, ni analizar la causa de su melancolía. En realidad ella sabía que había nacido marcada por el fuego y que esa era la razón de sus eternas tristezas pero, no deseaba aceptarlo.

El vivir entre oscilaciones y extremos constantemente resultaba para ella agotador. A veces su tristeza era tan honda que la noción del tiempo cambiaba para todos en el imponente palacio iniciándose una sucesión de días oscuros y monótonos. Días en los cuales todo era absoluto y sepulcral silencio .Las carcajadas de la princesa no producían ecos sobre los muros.

Era extremadamente rebelde, temperamental y acostumbraba romper todos los protocolos. Le disgustaba mucho los convencionalismos y posturas a veces entupidas y otras hipócritas de su época. Siempre tenía a su lado al príncipe Arturo, él era un ser comprensivo, tierno pero sobre todo paciente y leal. La conocía bien y sabía que la única manera de que ella fuese feliz era dejándola ser en total libertad, pensamiento muy moderno y revolucionario para una época en donde lo aparente, era lo conveniente cosa que a pesar de que el tiempo transcurre sigue siendo igual a la actualidad.

Cuentan que la desfachatez de la indómita princesa era tal que a veces se escapaba del palacio, se despojaba de toda sus prendas y desnuda se tiraba sobre la verde hierba a contemplar las nubes en las que ella dibujaba los más inverosímiles sueños.

El príncipe del palacio poseía una sabiduría de cientos de años que le daban grandes ventajas sobre el común de los hombres, le había sido legada por sus hermanos mayores el privilegio de entender a los hijos del fuego. Este don le permitían ver lo que otros seres no podrían, por esa razón su amor hacia su princesa era tan fuerte. A veces las locuras de su damita eran hasta festejadas por él y en otros casos justificadas. Él sabía mejor que nadie que amaba a una hija del fuego y que eso no sería jamás tarea fácil.

Una noche de esas tantas en que la princesa acostumbraba leer por horas sin percatarse del tiempo y escribir toneladas de letras, llego a su jardín un extraño personaje que llenaría su tiempo con largas y entretenidas conversaciones. Parecía siempre preocuparse por ella y se ganó de a pocos su corazón. Le consagraba horas que parecían siglos, alejándola de las oscuras nubes que empañaban constantemente su cielo.

Para entonces, a pesar de que su príncipe Arturo la amaba, la princesa estaba desolada y casi no hablaba con nadie. Había tenido que renunciar a algo que para ella era un motivo de alegría diario, el poder enseñarle a los niños del reino. Una mala hechicera consideraba que ella no debía mezclarse con el pueblo y confabuló toda una trampa para que el viejo Rey le prohibiera hacerlo.

Aludió la mala mujer que la princesa tenía pensamientos demasiado revolucionarios que no serían los más aconsejables a seguir por los súbditos porque podrían causar problemas graves.
La hija del fuego solo lloraba y ya no encontraba mucho sentido a su vida. A pesar de que todos en el palacio se preocupaban por ella, lo único que atinó a hacer fue exiliarse. Gracias a la aparición de este nuevo personaje recuperó las ganas de sonreír. Marcus se convirtió en su mejor amigo y confidente. Sin saberlo, dos hijos del fuego enlazaban sus alegrías y tristezas.

A él le contaba absolutamente todo, compartían muchas cosas. Jem pensó que eso sería así indefinidamente. Ella siempre había creído que entre verdaderos amigos, amantes o hermanos no debía existir secreto alguno por más dolorosas que las verdades fuesen.

El enorme y misterioso castillo se iluminaba cuando ellos reían, los torreones antes desportillados y oscuros se llenaban de vida. Los góticos y gigantescos ventanales se cubrían de perfumadas flores que crecían en las enredaderas. Los antes oscuros y tortuosos corredores de los sótanos, se vestían del rojo escarlata por bellísimas alfombras persas. Y hasta los viejos espantos antes grises del éter de un cielo estrellado tomaron colores celestes. Los jardines que rodeaban el palacio reverdecieron fastuosos e imponentes árboles levantaron como titanes sus brazos hacia los cielos. Naranjos y limoneros lucían sus mejores frutos.

Cuando Marcus y la princesa se juntaban se divertían haciendo mil travesuras que infartarían al más sano y enloquecerían al más cuerdo. No solo eran amigos y confidentes, también eran cómplices y eso los divertía.

La dama de esta historia pasaba muchas horas pintando y escribiendo miles de versos. Un cúmulo de numerosas emociones alimentaron su plumas de colores Algunas veces la vistieron de negras tristezas, en otras ocasiones su pluma iridiscente vestía oro o escarcha plateada y en otras gigantescas pinceladas esmeraldas.

Pero no todo podía ser eternamente bello, la fatalidad entro una fría tarde al palacio para instalarse como su huésped. Nada pudo hacer ella para evitarlo. Ni sus cantos produjeron magia. La terrible y helada tristeza regreso, envolvió a los entrañables amigos con su cruel manto para aprisionarlos detrás del silencio.

Ella no entendía porque él cambiaba y se alejaba. No podía entenderlo, nunca supo como prevenirse y protegerse de los rigores de una invernada. Aprendería recién con él o perdería su fe por siempre entre millones de viejos y oxidados papeles. El castillo se inundo de sales y bilis negra, empezó a perder su color brillante y a hacerse gris y tenebroso por tanta tristeza

Una noche de esas tantas en que el sueño huye, los perros para la caza del príncipe Arturo aullaron como bestias salvajes sin cesar. Esa madrugada el príncipe se despertó sobresaltado y sintió que algo podía ocurrirle a su princesa. Por esa razón permaneció despierto velando su sueño

Al abrir los ojos la princesa observo como se formaba una especie de bóveda invertida sobre el techo que cubría el área de su lecho, conforme la miraba más y más se hinchaba y pensó en voz alta:

-¡Se desplomara!

Abandonó la cama y bajo corriendo a los salones en busca de su príncipe, cuando de repente un terrible ruido los ensordeció. Provenía de la habitación de la princesa, el cielo raso se había desplomado pesada y aparatosamente sobre el lecho. Ambos príncipes se miraron, no necesitaron pronunciar palabra para saber lo que se decían.

Ella solo sonrió al príncipe, este estaba pálido y descompuesto porque su día se convirtió en segundos en noche.

Sí, era indudable que aunque se resistiera a aceptar lo que la grandeza de sus azules ojos veía a su princesa podía haber muerto aplastada. Se acerco a ella y le abrazo muy fuerte

La enorme habitación tuvo que ser desalojada, tarea ardua fue lograr que todo quedara como antes del accidente pero por fin, se consiguió que fuese así. El gentil príncipe sabía que esa habitación era el refugio de su amada princesa y envió a traer a los mejores artesanos y albañiles para restaurarla.

Por esos días ella se dedico a escribir y a escribir, tan solo para no pensar y no sentir la ausencia de su amigo, intuía que la ruptura que los alejaría estaba cerca. Además todavía los trabajos en sus aposentos no terminaban y era tan deprimente ver la habitación así.

Leyó miles de libros y el universo de su diario mágico se cubría de interminables caminos de tinta, unas veces negras azabache como sus penas, otras veces de roja ninfa como su dolor. Pero ella no lo sabía porque no lo habría jamás .Estaba siempre tan distraída en sus lecturas y poemas, cubierta de papeles hasta la cabeza.

Por fin los trabajos terminaron y Jem se pasó horas y horas correteando de un lado para otro con sus nodrizas arreglando sus tesoros. Cuando todo estuvo listo pensó

-Extrañe tanto a mis amiguitos pero ellos no me pueden hablar solo me miran y me siento tan sola.

Extraño tanto a mi príncipe pero él todavía demorara una estación completa en regresar, ojala volviera ya.
Por otro lado en voz alta se decía a sí misma:
-Mi amigo Marcus tampoco esta cerca y a pesar de que su ausencia me duele no le culpo de nada, solo siento tristeza y pena porque su voluntad no le pertenece

-Ojala algún día logre romper los hechizos que confunden su corazón y su mente. Solo depende de su voluntad.
-¡Ojala, algún día se de cuenta!
-Escribiré y escribiré.

Se repetía y así lo hizo .Empezó a redactar una larga y extraña carta para una amiga a la que extrañaba mucho esta vivía en un lejano pero hermoso reino. Le contó lo triste que se sentía pero a su estilo que por cierro era muy peculiar .La princesa poseía no solo un extraño sentido del humor sino también era capaz de hacer divertida sus penas al escribirlas. Podía recrear en sus letras miles de imágenes y personajes detrás de los cuales solo estaban sus verdades y sus mágicas plumas de colores.

Terminada la carta y la envió y permaneció sola por varias horas mirando por la ventana .Repentinamente sintió unos pasos, voltio y allí estaba su príncipe. Sin que la princesa se percatara ya había transcurrido toda una estación.

Corrió hacia él, se abrazaron muy fuerte. Y ella le dice.
-Realmente ni yo misma sabía cuanta falta me ibas a hacer
Él la mira y contesta:
-Yo sí lo sabía.

La levanta en sus brazos y la deposita sobre su lecho, acaricio por horas su cabellera mientras, ella observaba a una de sus muñecas que la miraba desde un rincón y pensaba en su amigo Marcus. En el rostro que le inventaría cuando lo pintara y en que a pesar de todo lo amaba entrañablemente y él a ella, su corazón no podía mentirle

El príncipe permanecía callado, imaginaba que ella tenía seguramente noches enteras sin dormir por su ausencia y tenía razón ella solo podía dormirse entre sus brazos. Por fin la hija del fuego agotada se durmió.

El príncipe la soltó muy despacio, dirigió la mirada hacia la mesa de roble rojo .Se acerco al Gran libro mágico y lo abrió. El destino había escrito todo lo ocurrido durante su ausencia, leyó pausada y calmadamente, como siempre un arco iris de palabras .Él mejor que nadie para entenderlas.

Lo último que leyó fue algo que pensó y que horas antes le dijera a su princesa
-No todas las almas mi amada princesa vibran en todos los planos con la misma intensidad por eso, el destino enlaza o separa a las almas y eso no es casual.
-Si la tristeza que te embarga se debe a la partida de tu amigo Marcus y su afecto en verdad fue sincero su amistad nunca morirá.
-Pero si no es un afecto grande y real se perderá inevitablemente en el tiempo.
-Para que entiendas lo que te digo: ¡Mira mis manos!
-¿Qué crees que es mejor?
-¿Qué calcen todos los dedos o solo tres?
-Todos ¿Verdad… mi amor?
-Ahora solo quiero que duermas.

El príncipe cerró el diario, levanto la transparente y azul mirada, caminó lentamente hacia el lecho de su amada. La contempló con la dulzura de siempre .Retiro las peinetas de nácar en forma de mariposas que adornaban sus cabellos. Envolvió entre sus brazos su desnudez y velo su sueño como siempre.
FANNY JEM WONG
 
 










































sábado, octubre 17, 2015

El sur Jorge Luis Borges

 
El sur Jorge Luis Borges

El sur Jorge Luis Borges

El hombre que desembarcó en Buenos Aires en 1871 se llamaba Johannes Dahlmann y era pastor de la Iglesia evangélica; en 1939, uno de sus nietos, Juan Dahlmann, era secretario de una biblioteca municipal en la calle Córdoba y se sentía hondamente argentino. Su abuelo materno había sido aquel Francisco Flores, del 2 de infantería de línea, que murió en la frontera de Buenos Aires, lanceado por indios de Catriel: en la discordia de sus dos linajes, Juan Dahlmann (tal vez a impulso de la sangre germánica) eligió el de ese antepasado romántico, o de muerte romántica. Un estuche con el daguerrotipo de un hombre inexpresivo y barbado, una vieja espada, la dicha y el coraje de ciertas músicas, el hábito de estrofas del Martín Fierro, los años, el desgano y la soledad, fomentaron ese criollismo algo voluntario, pero nunca ostentoso. A costa de algunas privaciones, Dahlmann había logrado salvar el casco de una estancia en el Sur, que fue de los Flores: una de las costumbres de su memoria era la imagen de los eucaliptos balsámicos y de la larga casa rosada que alguna vez fue carmesí. Las tareas y acaso la indolencia lo retenían en la ciudad. Verano tras verano se contentaba con la idea abstracta de posesión y con la certidumbre de que su casa estaba esperándolo, en un sitio preciso de la llanura. En los últimos días de febrero de 1939, algo le aconteció.

Ciego a las culpas, el destino puede ser despiadado con las mínimas distracciones. Dahlmann había conseguido, esa tarde, un ejemplar descabalado de Las Mil y Una Noches de Weil; ávido de examinar ese hallazgo, no esperó que bajara el ascensor y subió con apuro las escaleras; algo en la oscuridad le rozó la frente, ¿un murciélago, un pájaro? En la cara de la mujer que le abrió la puerta vio grabado el horror, y la mano que se pasó por la frente salió roja de sangre. La arista de un batiente recién pintado que alguien se olvidó de cerrar le habría hecho esa herida. Dahlmann logró dormir, pero a la madrugada estaba despierto y desde aquella hora el sabor de todas las cosas fue atroz. La fiebre lo gastó y las ilustraciones de Las Mil y Una Noches sirvieron para decorar pasadillas. Amigos y parientes lo visitaban y con exagerada sonrisa le repetían que lo hallaban muy bien. Dahlmann los oía con una especie de débil estupor y le maravillaba que no supieran que estaba en el infierno. Ocho días pasaron, como ocho siglos. Una tarde, el médico habitual se presentó con un médico nuevo y lo condujeron a un sanatorio de la calle Ecuador, porque era indispensable sacarle una radiografía. Dahlmann, en el coche de plaza que los llevó, pensó que en una habitación que no fuera la suya podría, al fin, dormir. Se sintió feliz y conversador; en cuanto llegó, lo desvistieron; le raparon la cabeza, lo sujetaron con metales a una camilla, lo iluminaron hasta la ceguera y el vértigo, lo auscultaron y un hombre enmascarado le clavó una aguja en el brazo. Se despertó con náuseas, vendado, en una celda que tenía algo de pozo y, en los días y noches que siguieron a la operación pudo entender que apenas había estado, hasta entonces, en un arrabal del infierno. El hielo no dejaba en su boca el menor rastro de frescura. En esos días, Dahlmann minuciosamente se odió; odió su identidad, sus necesidades corporales, su humillación, la barba que le erizaba la cara. Sufrió con estoicismo las curaciones, que eran muy dolorosas, pero cuando el cirujano le dijo que había estado a punto de morir de una septicemia, Dahlmann se echó a llorar, condolido de su destino. Las miserias físicas y la incesante previsión de las malas noches no le habían dejado pensar en algo tan abstracto como la muerte. Otro día, el cirujano le dijo que estaba reponiéndose y que, muy pronto, podría ir a convalecer a la estancia. Increíblemente, el día prometido llegó.

A la realidad le gustan las simetrías y los leves anacronismos; Dahlmann había llegado al sanatorio en un coche de plaza y ahora un coche de plaza lo llevaba a Constitución. La primera frescura del otoño, después de la opresión del verano, era como un símbolo natural de su destino rescatado de la muerte y la fiebre. La ciudad, a las siete de la mañana, no había perdido ese aire de casa vieja que le infunde la noche; las calles eran como largos zaguanes, las plazas como patios. Dahlmann la reconocía con felicidad y con un principio de vértigo; unos segundos antes de que las registraran sus ojos, recordaba las esquinas, las carteleras, las modestas diferencias de Buenos Aires. En la luz amarilla del nuevo día, todas las cosas regresaban a él.

Nadie ignora que el Sur empieza del otro lado de Rivadavia. Dahlmann solía repetir que ello no es una convención y que quien atraviesa esa calle entra en un mundo más antiguo y más firme. Desde el coche buscaba entre la nueva edificación, la ventana de rejas, el llamador, el arco de la puerta, el zaguán, el íntimo patio.

En el hall de la estación advirtió que faltaban treinta minutos. Recordó bruscamente que en un café de la calle Brasil (a pocos metros de la casa de Yrigoyen) había un enorme gato que se dejaba acariciar por la gente, como una divinidad desdeñosa. Entró. Ahí estaba el gato, dormido. Pidió una taza de café, la endulzó lentamente, la probó (ese placer le había sido vedado en la clínica) y pensó, mientras alisaba el negro pelaje, que aquel contacto era ilusorio y que estaban como separados por un cristal, porque el hombre vive en el tiempo, en la sucesión, y el mágico animal, en la actualidad, en la eternidad del instante.

A lo largo del penúltimo andén el tren esperaba. Dahlmann recorrió los vagones y dio con uno casi vacío. Acomodó en la red la valija; cuando los coches arrancaron, la abrió y sacó, tras alguna vacilación, el primer tomo de Las Mil y Una Noches. Viajar con este libro, tan vinculado a la historia de su desdicha, era una afirmación de que esa desdicha había sido anulada y un desafío alegre y secreto a las frustradas fuerzas del mal.

A los lados del tren, la ciudad se desgarraba en suburbios; esta visión y luego la de jardines y quintas demoraron el principio de la lectura. La verdad es que Dahlmann leyó poco; la montaña de piedra imán y el genio que ha jurado matar a su bienhechor eran, quién lo niega, maravillosos, pero no mucho más que la mañana y que el hecho de ser. La felicidad lo distraía de Shahrazad y de sus milagros superfluos; Dahlmann cerraba el libro y se dejaba simplemente vivir.

El almuerzo (con el caldo servido en boles de metal reluciente, como en los ya remotos veraneos de la niñez) fue otro goce tranquilo y agradecido.

Mañana me despertaré en la estancia, pensaba, y era como si a un tiempo fuera dos hombres: el que avanzaba por el día otoñal y por la geografía de la patria, y el otro, encarcelado en un sanatorio y sujeto a metódicas servidumbres. Vio casas de ladrillo sin revocar, esquinadas y largas, infinitamente mirando pasar los trenes; vio jinetes en los terrosos caminos; vio zanjas y lagunas y hacienda; vio largas nubes luminosas que parecían de mármol, y todas estas cosas eran casuales, como sueños de la llanura. También creyó reconocer árboles y sembrados que no hubiera podido nombrar, porque su directo conocimiento de la campaña era harto inferior a su conocimiento nostálgico y literario.

Alguna vez durmió y en sus sueños estaba el ímpetu del tren. Ya el blanco sol intolerable de las doce del día era el sol amarillo que precede al anochecer y no tardaría en ser rojo. También el coche era distinto; no era el que fue en Constitución, al dejar el andén: la llanura y las horas lo habían atravesado y transfigurado. Afuera la móvil sombra del vagón se alargaba hacia el horizonte. No turbaban la tierra elemental ni poblaciones ni otros signos humanos. Todo era vasto, pero al mismo tiempo era íntimo y, de alguna manera, secreto. En el campo desaforado, a veces no había otra cosa que un toro. La soledad era perfecta y tal vez hostil, y Dahlmann pudo sospechar que viajaba al pasado y no sólo al Sur. De esa conjetura fantástica lo distrajo el inspector, que al ver su boleto, le advirtió que el tren no lo dejaría en la estación de siempre sino en otra, un poco anterior y apenas conocida por Dahlmann. (El hombre añadió una explicación que Dahlmann no trató de entender ni siquiera de oír, porque el mecanismo de los hechos no le importaba).

El tren laboriosamente se detuvo, casi en medio del campo. Del otro lado de las vías quedaba la estación, que era poco más que un andén con un cobertizo. Ningún vehículo tenían, pero el jefe opinó que tal vez pudiera conseguir uno en un comercio que le indicó a unas diez, doce, cuadras.

Dahlmann aceptó la caminata como una pequeña aventura. Ya se había hundido el sol, pero un esplendor final exaltaba la viva y silenciosa llanura, antes de que la borrara la noche. Menos para no fatigarse que para hacer durar esas cosas, Dahlmann caminaba despacio, aspirando con grave felicidad el olor del trébol.

El almacén, alguna vez, había sido punzó, pero los años habían mitigado para su bien ese color violento. Algo en su pobre arquitectura le recordó un grabado en acero, acaso de una vieja edición de Pablo y Virginia. Atados al palenque había unos caballos. Dahlmam, adentro, creyó reconocer al patrón; luego comprendió que lo había engañado su parecido con uno de los empleados del sanatorio. El hombre, oído el caso, dijo que le haría atar la jardinera; para agregar otro hecho a aquel día y para llenar ese tiempo, Dahlmann resolvió comer en el almacén.

En una mesa comían y bebían ruidosamente unos muchachones, en los que Dahlmann, al principio, no se fijó. En el suelo, apoyado en el mostrador, se acurrucaba, inmóvil como una cosa, un hombre muy viejo. Los muchos años lo habían reducido y pulido como las aguas a una piedra o las generaciones de los hombres a una sentencia. Era oscuro, chico y reseco, y estaba como fuera del tiempo, en una eternidad. Dahlmann registró con satisfacción la vincha, el poncho de bayeta, el largo chiripá y la bota de potro y se dijo, rememorando inútiles discusiones con gente de los partidos del Norte o con entrerrianos, que gauchos de ésos ya no quedan más que en el Sur.

Dahlmann se acomodó junto a la ventana. La oscuridad fue quedándose con el campo, pero su olor y sus rumores aún le llegaban entre los barrotes de hierro. El patrón le trajo sardinas y después carne asada; Dahlmann las empujó con unos vasos de vino tinto. Ocioso, paladeaba el áspero sabor y dejaba errar la mirada por el local, ya un poco soñolienta. La lámpara de kerosén pendía de uno de los tirantes; los parroquianos de la otra mesa eran tres: dos parecían peones de chacra: otro, de rasgos achinados y torpes, bebía con el chambergo puesto. Dahlmann, de pronto, sintió un leve roce en la cara. Junto al vaso ordinario de vidrio turbio, sobre una de las rayas del mantel, había una bolita de miga. Eso era todo, pero alguien se la había tirado.

Los de la otra mesa parecían ajenos a él. Dalhman, perplejo, decidió que nada había ocurrido y abrió el volumen de Las Mil y Una Noches, como para tapar la realidad. Otra bolita lo alcanzó a los pocos minutos, y esta vez los peones se rieron. Dahlmann se dijo que no estaba asustado, pero que sería un disparate que él, un convaleciente, se dejara arrastrar por desconocidos a una pelea confusa. Resolvió salir; ya estaba de pie cuando el patrón se le acercó y lo exhortó con voz alarmada:

-Señor Dahlmann, no les haga caso a esos mozos, que están medio alegres.

Dahlmann no se extrañó de que el otro, ahora, lo conociera, pero sintió que estas palabras conciliadoras agravaban, de hecho, la situación. Antes, la provocación de los peones era a una cara accidental, casi a nadie; ahora iba contra él y contra su nombre y lo sabrían los vecinos. Dahlmann hizo a un lado al patrón, se enfrentó con los peones y les preguntó qué andaban buscando.

El compadrito de la cara achinada se paró, tambaleándose. A un paso de Juan Dahlmann, lo injurió a gritos, como si estuviera muy lejos. Jugaba a exagerar su borrachera y esa exageración era otra ferocidad y una burla. Entre malas palabras y obscenidades, tiró al aire un largo cuchillo, lo siguió con los ojos, lo barajó e invitó a Dahlmann a pelear. El patrón objetó con trémula voz que Dahlmann estaba desarmado. En ese punto, algo imprevisible ocurrió.

Desde un rincón el viejo gaucho estático, en el que Dahlmann vio una cifra del Sur (del Sur que era suyo), le tiró una daga desnuda que vino a caer a sus pies. Era como si el Sur hubiera resuelto que Dahlmann aceptara el duelo. Dahlmann se inclinó a recoger la daga y sintió dos cosas. La primera, que ese acto casi instintivo lo comprometía a pelear. La segunda, que el arma, en su mano torpe, no serviría para defenderlo, sino para justificar que lo mataran. Alguna vez había jugado con un puñal, como todos los hombres, pero su esgrima no pasaba de una noción de que los golpes deben ir hacia arriba y con el filo para adentro. No hubieran permitido en el sanatorio que me pasaran estas cosas, pensó.

-Vamos saliendo- dijo el otro.

Salieron, y si en Dahlmann no había esperanza, tampoco había temor. Sintió, al atravesar el umbral, que morir en una pelea a cuchillo, a cielo abierto y acometiendo, hubiera sido una liberación para él, una felicidad y una fiesta, en la primera noche del sanatorio, cuando le clavaron la aguja. Sintió que si él, entonces, hubiera podido elegir o soñar su muerte, ésta es la muerte que hubiera elegido o soñado.

Dahlmann empuña con firmeza el cuchillo, que acaso no sabrá manejar, y sale a la llanura.

ARTE: RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE RACHEL CLEARFIELD.

Nacida en Inglaterra el 27 de julio de 1946, Rachel Clearfield fue una niña prodigio autodidacta. Cuando era una niña, ella compuso poesía y sus poemas ilustrados con hermosas pinturas. Después de completar la escuela secundaria se decidió por una carrera en el arte y fue educado en el Colegio de Arte de Newcastle y también el Colegio de Arte de Manchester.
 
Después de su graduación en los últimos años 60, la Sra Clearfield se trasladó a Amsterdam y Holanda rural donde se inspiró en la belleza natural de su entorno. Durante este tiempo se pintó brillantemente coloreado animales simbólicos en medio ambientes naturales exquisitos. Su trabajo llegó a ser bien establecida y se publicó posteriormente en muchas revistas europeas. Se le concedió una beca de la prestigiosa Contra Prestatsie y sus cuadros fueron adquiridos por el gobierno holandés, así como por los coleccionistas de Londres, París y Bélgica.
 
En 1976, Rachel se trasladó a los Estados Unidos que viven en Hawai, California y Florida antes de establecerse en Asheville, Carolina del Norte. Durante este tiempo ella vendió muchas de sus pinturas en privado a los coleccionistas en California, Hawai y Nueva York. Cuando más tarde se trasladó a Florida en los últimos años 70 su trabajo ha sido expuesto en la Galería de Lanvin, Galería de Deborah Hellman, Galería 1029, Galería de Lorena y Galería Margarita Gil. La Sra Clearfield estableció incluso con éxito su propia galería privada por el océano en Miami Beach. Ella hizo numerosas apariciones en televisión y apareció con frecuencia en el Miami Herald.
 
El artista llama a su actual modo de pintar "visionario clásica", inspirado en los legendarios maestros del Renacimiento. Aunque las raíces de su técnica reflejan los clásicos sus mensajes son contemporáneos. Ella se sumerge en la visión de la sanación planetaria para todos los elementos de la naturaleza y de las especies de existencia. Rachel ha dado beneficios para varios derechos de los animales y de las organizaciones ambientales, incluyendo: Greenpeace, Conservación de la Naturaleza, la Alianza para Bosques, Agua limpia para Carolina del Norte y Carolina del Norte Southern Highlands Conservancy.
 
Desde su traslado a Asheville en 1990, que se ha mostrado en la Espiral Blue Gallery, la Galería de Broadhurst, la Galería Merrimon y más recientemente en la Galería Discovery en Washington, DC. Rachel es un jardinero ávido de flores y pinta directamente de la belleza que rodea su casa en las montañas del oeste de Carolina del Norte.
 
crítico de arte Sylvia Penn se inspiró para escribir de su trabajo ", con Rachel emprendemos un viaje inolvidable a las vistas mágicas de belleza virgen y la calidad de ensueño. Esta es la promesa del paraíso, donde los espacios abiertos se desarrollan en un espectacular panorama de belleza tranquila. La diversidad de detalles, los patrones, los ritmos intrincados, que se presentan en un estilo visionario, se suman a frecuentar paisajes de experiencias internas, que no se olvidan ".
 
Nota: La propiedad intelectual de las imágenes que aparecen  corresponde a sus autores . El único objetivo de este sitio es divulgar sus obras.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

ARTE:  RACHEL CLEARFIELD.

Featured Post

Matsuo Bashō (1644 - 1694) Japón

Matsuo Bashō (1644 - 1694) Japón- HAIKU       Ramas de lirio aferradas a mis pies. ¡Cordones para sandalias!     Matsuo Bashō  (1644 - ...