Báthory.
Acercamiento al mito de la Condesa Sangrienta
Acercamiento al mito de la Condesa Sangrienta
Isabel Monzón
Feminaria Editora. Buenos Aires. 1994.
ISBN 987-99025-7-2
Una niña cautiva
Dos
creaciones literarias, cuyas autoras son Valentine Penrose y Alejandra
Pizarnik, acompañan nuestras reflexiones sobre las vicisitudes de la
formación del psiquismo de una mujer y los avatares de sus
padecimientos. En 1962 la escritora francesa Valentine Penrose publicó
La Condesa Sangrienta, una especie de biografía novelada. Algunos años
después, basándose en el libro de Penrose, Alejandra Pizarnik
escribiría, con el mismo título, un texto al que no sabemos si
considerar ensayo, novela o biografía.
Belleza,
juventud: estos ideales, asociados a la condición femenina fueron
baluarte en la vida de Erzsébet Báthory, la así llamada Condesa
Sangrienta. Había nacido en Hungría en el año 1560, transformándose más
tarde en figura mítica. Dice Penrose en los primeros párrafos de su
Introducción: He aquí la historia de la condesa que se bañaba en la
sangre de las muchachas. Una historia auténtica e inédita.. Seiscientas
cincuenta fueron las jóvenes que Erzsébet asesinó para utilizar su
sangre.
La
Condesa Báthory era hija del tercer matrimonio de su madre, Anna. Ella y
Gyorgy, el padre, eran primos hermanos. La vida de Erzsébet
transcurrió, a partir de sus 10 años, en el Castillo de Csejthe, en
Transilvania. Esa singular región rodeada por los Cárpatos que, por su
fértil riqueza, fue siempre zona de conflicto entre Hungría y Rumania.
En aquellos años, era húngara.
Transilvania
nos trae a la memoria otra figura mítica, Drácula, aquel siniestro
personaje que creara Bram Stocker basándose en un caso real de
vampirismo. Transilvania es, entonces, desde hace siglos, una zona
colonizada por vampiros. Parece haber una razón muy clara, y es la ya
mencionada fertilidad de su suelo. Asimismo, dice Stocker en su libro:
"He leído que en la herradura de los Cárpatos se reúnen todas las
supersticiones del mundo, como si fuese el centro de un remolino de la
imaginación", mientras Valentine Penrose nos cuenta que el castillo de
Csejthe lleva 200 años en ruinas, allá, en su espolón de los pequeños
Cárpatos, en las lindes de Eslovaquia. Allí siguen los vampiros y los
fantasmas y, también, en un rincón de los sótanos, el puchero de barro
que contenía la sangre lista para verterla por los hombros de la Condesa"Juventud,
divino tesoro, ya te vas para no volver".... Los versos de Darío
expresan precisamente aquello que Erzsébet no toleraba: el paso de los
años y su ineludible acompañante, la vejez. Ella era hermosa y no
renunciaba a serlo. La sangre de las muchachas sacrificadas le serviría
para mantener eterna su belleza. Drácula, paradigma de varón, repudiaba
la vejez en tanto se asocia a la muerte y a la pérdida de una posición
omnipotente: el poder sobre la riqueza. Erzsébet, paradigma de mujer, se
negaba a envejecer ya que eso significaba, según los ideales que ella
había internalizado, dejar de ser hermosa perdiendo, así, la única forma
de poder a la que tuvo acceso. Al igual que la reina madrastra de
Blancanieves, necesitaba una permanente confirmación de su belleza como
forma de mantener la autoestima.
Hasta
la muerte de Ferencz Nádasdy, su marido, las únicas crueldades que se
le conocían a la Condesa eran pinchar con alfileres a las mujeres que la
servían o hacerse traer robustas campesinas muy jóvenes para morderles
los hombros y masticar las carnes arrancadas. Por otra parte, parece que
Erzsébet sabía ser insinuante y cariñosa con su marido, aunque también
tuviera algunos circunstanciales amantes. "Lo cierto es - dice Pizarnik
-que en vida de su esposo no llegó al crimen".
Para
justificar sus actos de crueldad, la Condesa tenía como excusa el
castigo de alguna falta cometida, por más pequeña que ésta fuese. Pero
junto a Darvulia, una de las mujeres que la secundó desde la muerte de
Ferencz, la sangre vertida lo era sólo en virtud de la sangre, y la
muerte dada sólo era en virtud de la muerte.
Las
jóvenes que iban a ser sacrificadas debían ser muy bellas y tener menos
de 18 años. Darvulia decía que la condición de juventud era
imprescindible porque si habían conocido el amor el buen espíritu de su
sangre estaba perdido. Ante tanta desaparición de costureras, sirvientas
y campesinas, empezó a correrse el rumor de que Erzsébet, para
conservar su hermosura, tomaba baños de sangre. Pero el poder de su
nobleza ponía freno a las averiguaciones y denuncias. Hacia 1610, como
el rey tenía ya demasiados informes y pruebas de lo que sucedía en
Csejthe, no podía seguir fingiendo que ignoraba los hechos. En
consecuencia, encargó al poderoso palatino Thurzó - al que, en alguna
ocasión, la Condesa había seducido y en otra había intentado envenenar -
que se encargara de la situación. Sin anunciarse y con hombres armados,
Thurzó llegó al castillo, penetró en el subsuelo y se encontró con un
siniestro espectáculo: un bello cadáver mutilado y dos niñas en agonía.
La Condesa no negó las acusaciones pero sí declaró que todo ello era su
derecho de mujer noble y de alto rango.
El
rumor que más indignación suscitó fue que la Alimaña de Csejthe, como
la llamaban, no conforme con bañarse en sangre plebeya, también había
usado la de las hijas de los gentiles hombres húngaros. Pero como esto
no tuvo confirmación, no pudieron ejecutarla. En 1611 el palatino
condenó entonces a Erzsébet Báthory a quedar emparedada a perpetuidad,
en su propio castillo de Csejthe. Tapiaron las ventanas de su cuarto,
dejando una ranura por la que entraba el aire y por la que se veía un
retazo de cielo. También levantaron un grueso muro delante de la ventana
de su habitación. En él quedó una pequeña ventanilla por donde le
pasaban un poco de comida y agua. Sin más
que
un destello de luz, sola, sin arrepentirse y aullando a veces por las
noches, como loba que era, murió el 21 de agosto de 1614.
Rara, intrépida, taciturna
Cuando
era niña vivía libremente en el castillo de sus padres y los días
transcurrían entre fiestas y banquetes. Pero a los 10 años, al morir el
padre, fue destinada a ser la esposa de Ferencz Nádasdy ya que a su
madre le quedaban otras dos hijas por casar. Esto ocasionó que, muy poco
tiempo después, Erzsébet fuera obligada a vivir al lado de su suegra,
quien preparó con mucha antelación la boda del hijo. Rara, intrépida y
taciturna, así fue criada por su suegra. Separada de su familia, fue
llevada a Csejthe, el castillo de los Nádasdy. En prematuro y abrupto
final, la Condesa fue expulsada de la niñez. No olvidemos que en el
siglo XVI Hungría estaba en pleno feudalismo y que existía una
particular concepción de la infancia.
En
la nobleza era costumbre que, una vez acordado el matrimonio, la novia -
frecuentemente una niña - abandonara su hogar para vivir en la casa de
su futura familia política. La joven prometida debía acostumbrarse a su
nuevo entorno, encargándose la suegra de educarla. En el caso de
Erzsébet, no sabemos si el proceso de colonización de su
mente empezó antes o después de la migración al castillo de los
Nádasdy. Sí tenemos la certeza de que ella odiaba a su futura suegra
porque la hacía trabajar, decidía acerca de sus vestidos y la vigilaba
en todos sus actos, incluso en los pensamientos más secretos. No le
estaba permitida ninguna fantasía: se aburrió, enfatiza Penrose. Por
otra parte, la señora Nádasdy pertenecía a esa clase de personas que se
caracterizan por su puritanismo y austeridad. Cómo no aburrirse con una
crianza rigurosa y austera. Cómo fantasear cuando se sienten controladas
y prohibidas las fantasías. Intentando reconquistar la libertad,
Erzsébet le escribió a su madre quien, colaborando con aquel proceso de
colonización, le aconsejó tolerar el aburrimiento asegurándole que,
luego del casamiento,
todo cambiaría. Orsolya Nádasdy continuó intentando educar a Erzsébet
según sus deseos y le enseñó también a leer y a escribir. A los 11 años
de la niña y a los 17 de Ferencz, los novios fueron comprometidos
oficialmente. Valentine Penrose nos asegura que cuando Erzsébet Báthory
vino a este mundo no era un ser humano acabado. La habían arrancado del
tiempo. Estaba aún emparentada con el tronco de un árbol, la piedra o el
lobo (...) Entre Erzsébet y los objetos había algo así como un espacio
vacío, como el almohadillado de la celda de un manicomio. Sus ojos lo
proclaman en el retrato: intentaba asir y no podía lograr contacto. ¿Por
qué ese carácter taciturno, esas rarezas, ese mirar sin ver? Con su
aburrimiento ¿no estaría acaso dando alguna señal de alarma que fue
desestimada? Asimismo, nos cuestionamos acerca de su herencia, aunque
esta reflexión parezca propia de la psiquiatría clásica. Penrose nos
cuenta que los Báthory eran todos crueles, todos locos.
La
Condesa fue víctima de un sistema feudal que miraba a las niñas de la
nobleza como se mira a un potrillo. Fue tratada como un objeto de
transacción entre sus padres y los de su futuro novio. Profanando su
libertad, nadie le preguntó acerca de sus deseos. En consecuencia, la
crueldad de Erzsébet fue no solo su rebelión y su venganza sino también
un particular modo de adaptarse a las circunstancias.
Ella
parecía no sufrir. Había logrado defenderse del sufrimiento propio y
ajeno. Esto le permitió, ya adulta, no sólo contemplar como, obedeciendo
a sus órdenes, las jóvenes víctimas eran asesinadas, sino también cómo
eran objeto de las torturas más crueles. Y de niña, al mismo tiempo que
desaprendía sus deberes de ama de casa, iba perfeccionando las virtudes
de una amazona. Pero no todas las enseñanzas de su suegra caían en saco
roto. Erzsébet aprendió de ella a apoderarse del otro, a tratar a las
personas como si fueran objetos insensibles. Erzsébet no era ella misma.
Era un mosaico, un Frankestein armado con trozos de diferentes
personas. De allí, esa mezcla de belleza y monstruosidad. Mientras
Drácula y Frankestein no querían dormir sus muertes, la Condesa quería
despertarse de ese no estar viva. En la sangre de las demás
reencontraría precisamente aquello que le había sido arrebatado, la
vida.
- Opitz, Claudia: Historia de las mujeres. Vida cotidiana de las mujeres en la Baja Edad Media. Editorial. Taurus. Madrid. 1992.
- Penrose, Valentine: La Condesa sangrienta. Ediciones Ciruela. Madrid. 1987.
- Pizarnik, Alejandra: La Condesa sangrienta. Editorial Aquarius. Buenos Aires. 1971.
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De mis manos brotarán
amapolas rojas como la sangre.
Así, quizás mi poesía sea eterna.
MI POESÍA SOY YO
FANNY JEM WONG M
LIMA - PERÚ